Desde niña, los animales han sido mi gran pasión. Sin embargo, mis padres no compartían mi amor por ellos y nunca me permitieron tener una mascota. Afortunadamente, mi abuelo era un amante de los animales como yo. Él tenía un campo con perritos, y siempre que podía, me escapaba con él para ayudarlo y jugar con ellos.

Un día, mi abuelo me hizo el mejor regalo: mi primer perrito propio, un cruce que rescató de la calle. Lo amaba con todo mi corazón. A los 15 años, me fui a vivir con mi abuelo al campo y disfruté como nunca antes.

A los 17 años, tuve a mi primera hija y comencé una nueva etapa junto a mi esposo, otro gran amante de los animales. Durante mi embarazo, me hizo otro regalo especial: mi primera pitbull, Kiara. Tres años después, quise que Kiara tuviera cachorros, y gracias a un amigo que tenía un macho de su misma raza, logramos que tuviera una camada de nueve preciosos bebés.

Cuando llegó el momento de entregar a los cachorros, fue una experiencia difícil, pero me aseguré de que cada uno tuviera un hogar donde los cuidaran y amaran tanto como yo. Incluso los entregué a personas cercanas para poder seguir visitándolos. Me quedé con un machito de la camada, al que llamamos Gordo.

Desde entonces, supe que ser criadora era algo maravilloso. Tener cachorros, disfrutar de ellos y luego encontrarles familias amorosas era una experiencia única. Con el tiempo, alquilé una casa de campo y comencé a trabajar en mi sueño. Poco a poco, fui construyendo mi centro canino de crianza y rescate de animales, lo que hoy es mi mayor orgullo: mi sueño hecho realidad.